lunes, 21 de noviembre de 2011

EL FANTASMA DEL BAÑADO –

 


              Eran más de las once de la noche cuando Pedrito Chinchudo, el lavacopas, irrumpió en la Whiskería del Indio. Venía agitado y nervioso. Tartamudeando le dijo a la Nelly, que lo miraba por encima de los lentes con fastidio, mientras sacaba cuentas:
-                 ¡Doña Nelly! Discúlpeme por llegar tarde, pero no sabe lo que pasa en el barrio. ¡Es terrible! –se agarró la cabeza aparatosamente.
-                 ¡Qué actor se perdieron las tablas! –dijo la patrona con ironía- ¿Qué te pasó ahora, Pedrito? ¿Otra vez te metiste en la garita del cuartel a hacer porquerías? –se rumoreaba en el barrio que Pedrito asaltaba las garitas y ejercía ciertas prácticas que hacían que los vigilantes de turno se desmoronaran dentro, entre estertores de placer. Pero ese día no era ése el caso.
-                 No, Doña Nelly, yo no hice nada –se defendió el muchacho- es que en el bañado apareció un fantasma. La gente se juntó para verlo y justo que yo venía para acá, apareció... todos quedamos duros de susto ¡le juro!
-                 No jures en vano, sinvergüenza. No sé porqué no te echo ahora mismo, la verdad es que hoy te pasaste. Mirá que has inventado cosas desde que te conchabé, pero como esta vez... –la patrona usó un tono airado y sacudió la cabeza.
-                 ¡Es verdad! ¡Es verdad! Tiene que creerme. Pregúntele a los vecinos si quiere.
Rato después, entre los clientes que iban llegando, la historia del espantajo se repetía y todos describían lo que habían visto: era el típico fantasma cubierto por una sábana y parecía flotar sobre el fangal del bañado. La aparición estaba iluminada con una luz amarillenta que brotaba de su interior. De pronto surgía a un extremo del terreno, permanecía  a la vista un breve lapso y desaparecía para volver a verse al otro lado en un instante, habiendo recorrido casi doscientos metros en fracciones de segundo, lo que suponía una velocidad sobrenatural.
Al principio, el vecindario estaba alarmado y contemplaba el prodigio lleno de temor, pero debido a que el suceso se repitió sin variaciones muchas veces en el transcurso de algunas de las noches siguientes, la reiteración fue en detrimento del miedo y un grupo de muchachos decidió terminar de una vez por todas con aquel prodigio que, cada vez más, les parecía una patraña. Así, cuando se produjo la próxima aparición del fantasma y a despecho de embarrarse hasta el cuello, se largaron a correr hacia él, con el fin de desenmascarar al bromista. Pero apenas llegaron a unos veinte metros de donde estaba el espectro, éste se esfumó y se presentó bien lejos, por los confines del baldío contiguo, donde la municipalidad cremaba los cadáveres de los animales que morían en la calle. Los perseguidores pararon de golpe, chocándose unos con otros, y enfilaron rumbo a donde se vio reaparecer en ese momento aquel fenómeno. Volvió a pasarles lo mismo un par de veces, hasta que decidieron abandonar la persecución y reunirse al día siguiente en la cantina del club de fútbol del barrio, para acordar una estrategia. A estas alturas ya no tenían dudas de que se trataba de un fraude y sintieron que el ánimo se les llenaba de un fuerte deseo de venganza y reivindicación. Convinieron en que a la noche se separarían en dos grupos: unos irían directamente hacia donde estaba el fantasmón y los otros hacia donde surgiera acto seguido.
Cuando se enteró de lo que se tramaba, Don Fausto, el célebre narrador de cuentos de aparecidos, no estuvo de acuerdo en que se hiciera aquello. Debido a su inclinación a creer en lo sobrenatural le parecía una falta de respeto hacia el alma en pena. Nadie atendió sus razones, aún cuando advirtió a los conjurados que los espíritus son rencorosos y se cobran caro ese tipo de afrentas.
Nadie le dio importancia a su opinión y se llevó a cabo lo planeado. Así  descubrieron por fin la tramoya urdida por los mellizos Cuenca, quienes a pesar de jugar en el equipo del barrio se habían negado sistemáticamente a acompañarlos en sus excursiones nocturnas al bañado “porque temían a los espíritus”. Era admirable la paciencia con la que habían soportado las burlas de sus amigos, que los tildaban de “mariquitas”, llorones y flojos. Tanto estoicismo era de por sí bastante sospechoso.
Por fin, mientras uno y otro grupo extraía a cada uno de los medrosos y enfangados mellizos de sendos caños, todos se preguntaban cómo no habían caído antes en la cuenta. El fantasma era personificado, no por una sola persona, sino por dos envueltas en sendas sábanas blancas. Aquellos caños, semienterrados en el lodo y distribuidos por todo el predio, habían servido de refugio a los burladores cuando la airada turba se dirigía hacia la aparición. Al acercarse el grupo, el mellizo amenazado apagaba la linterna que hacía que el fantasma se viera iluminado. Así se producía la “desaparición”.Cuando los otros, llenos de sorpresa e indignación, se dirigían al punto donde volvía a surgir la luz, los hermanos repetían el truco.
Nunca creyeron que los demás, venciendo el temor, desarrollaran una efectiva táctica para descubrirlos. Se equivocaron,  y a pesar de que hasta ese día se habían reído hasta llorar de la candidez de sus vecinos, la situación se había revertido súbitamente y para su mal. Aprendieron amargamente y en forma empírica el significado del concepto de Lincoln, de quien los mellizos no tenían ni noticias de su existencia, de que se puede engañar a la gente por un tiempo, pero no a todos ni para siempre. Les llovieron los golpes, los escupitajos, los puntapiés y los insultos. Cuando se retiró el airado grupo, los hermanos quedaron tendidos en el campo con algún que otro hueso roto. ¿Por qué los habían castigado de aquella forma? En la whiskería se dijo que había sido por la irritación ante la burla pero, aunque los mismos agresores no lo supieran , quizá dolió más la desilusión. ¡Qué lindo hubiera sido confirmar de una vez por todas la teoría de lo sobrenatural! La  decepcionante conclusión fue que, al fin y al cabo, parece que los prodigios no existen...
Sin embargo, Don Fausto y su hijo Pedrito no se dejaron dominar por el escepticismo, y siguieron afirmando a porfía que sí había un fantasma en el bañado, que por un tiempo se ocultaría de los ojos de la gente, pero que de seguro regresaría para vengarse de los incrédulos

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